Invisible surgió como uno de los tantos diarios de cuarentena, una manera de documentar la cotidianeidad atravesando la pandemia de COVID-19. La pandemia estaba siendo muy documentada en las grandes ciudades, así que durante 2020 y 2021 me dediqué a fotografiarla en la pequeña ciudad en la que vivo desde hace 8 años. Calles desiertas, gente con barbijo apurando el paso camino al súper, la terapia intensiva del Hospital Gral. San Martín, que recibía los contagiados de toda la región, los trabajadores esenciales, los únicos libres junto con los perros de la calle.
De una charla con Florencia de la Vega surgió la idea de hacer una muestra virtual, acorde con los tiempos. Nos decantamos por mostrar sólo el adentro, lo que pasaba dentro de la casa, una pareja y un pibe de 4 años que a días de empezar salita de cuatro recibió un papel que le explicaba qué era un virus y por qué no iba a ir a clase por vaya uno a saber cuánto tiempo. El formato multimedia permitió agregar música y audio original. El resultado fue expuesto de forma virtual en 2021 a través de las redes del Centro Cultural Carlos Gardel. La curaduría corrió por cuenta de Florencia de la Vega, y el texto que acompaña lo escribió Laura Fernández Cordero.
Uno salía al balcón a cantar. Otra tocaba el violín desde la ventana. Una familia improvisaba una mesa colgante para almorzar con la vecina… las primeras semanas de las pandemia nos sorprendían con gestos imaginativos, una inventiva resistente contra las inesperadas condiciones de encierro. Con el paso del tiempo, esas respuestas curiosas mermaron, un poco por las dificultades de sostener el aislamiento, otro poco por el fastidio y, finalmente, por el surgimiento de una “nueva normalidad” del todo excepcional y más impracticable que normal. Sin embargo, puertas adentro, las resistencias amorosas y estéticas continuaron… al menos esa esperanza nos dan las fotografías de Patricio Murphy.
Es cierto que se le ocurrió a mucha gente despuntar un arte que había postergado, desempolvar la cámara o volver a los pinceles, pero este no es el caso. La muestra resalta como informe de un experimento social muy particular: el resultado de encerrar a una persona con talentos varios, aunque dedicado al fotoperiodismo, en su casa y con todo su equipo técnico. Lejos de la calle, los estallidos, los aconteceres políticos. Un ojo entrenado para el movimiento, de pronto, detenido. Un cuerpo viajante, demorado en la querencia. Un montón de lentes para captar la puesta en escena de la rutina. Día a tras día, como se puede comprobar, el fotógrafo hizo de lo cotidiano campo de batalla, talló nuevos retratos de las caras conocidas, captó perfiles de todas las emociones, sobre todo las del desánimo, pero también la paciencia. Y aprovechó todos los huecos y las aperturas: lunas por la ventana, perros que espían, pájaros que cruzan el patio o se posan en el tanque de agua.
Se diría, como el refrán, que con gran estoicismo, Murphy hizo de la necesidad virtud, pero viendo cada imagen creo que sería injusto pensarlo así porque no había necesidad de ensayar virtudes cuando sólo se nos pedía sobrevivencia. Y aquí de nuevo la esperanza, el alivio de presentir todo lo que somos capaces cuando las circunstancias aprietan. Y el disfrute para quien mira, ahora, esas pequeñas historias que se cuentan, como la clase de gimnasia, y algunas que apenas se sugieren como esa curita sobre la cara del hijo. Gran protagonista. El fotógrafo es el típico padre que no deja escapar el monigote recién dibujado, pero a la vez, es uno que puede explicarnos, sin palabras, este fragmento de niñez, el cuidado cuerpo a cuerpo de la madre, el desorden de los juguetes y las mascotas.
¿Cómo mira el hijo de un fotógrafo? ¿Qué aprende a mirar si ve que el padre presta tanta atención al rebote del sol en los mosaicos, al reflejo que inunda la cocina, a una cortina? Aunque nunca empuñe una cámara, tendrá la marca de quien se crió jugando con luces y sombras de su propia casa. No poca huella para tan malos tiempos.
Cuando la retrata a ella, es inevitable la identificación con los pesares, la impaciencia, las valientes alegrías. Con el tedio, también, ese que se intuye en el primerísimo plano, tan delicado en el acercamiento. Mucho más preciso que el único autorretrato que nos da el fotógrafo que se deja ver y no, como una selfie que parece accidente, parapetado en lo borroso, y a la espera de la toma justa.